Y así, una vez más, estábamos dentro de un autobús rumbo a un destino en medio del país vecino: Tiquisate. Mientras el viaje se desarrollaba en el interior de un autobús que me sorprendió por tener cupo para tres personas en casa asiento, y un pasillo por consiguiente muy reducido, además de la variedad de ventas de alimentos que a cada parada solían presentarse (“Chuchitos”, carne asada, lengua, pacaya, pollo dorado, atole de haba, panes con pollo, y un sin fin que ya no recuerdo); observaba lo verde que sigue siendo esta región geográfica ¿Hasta dónde entonces Mesoamérica tendrá su final?
Llegamos entonces a Tiquisate, Escuintla; y de inmediato abordamos otro autobús, hacia la playa llamada “El Semillero”. Fue breve el transborde, y llegamos entonces a la playa. Caminamos un poco cerca del oleaje, tal vez un poco más de un kilómetro, para encontrarnos con el mar en el final del camino y con la unión de ésta con el agua dulce de unos manglares. Lo primero que me vino a la mente fue: “Se parece a la Barra de San José”.
Abordamos una lancha, y nos dirigimos hacia el lado de allá en frente en busca de la interiorización en los manglares que con sus raíces nos daban la bienvenida a escasos metros de aproximación. Lentamente, nos adentramos más, se apagaron motores; y la sola corriente nos introdujo en una fresca sombra bajo un cielo verde de hojas, entre una lluvia de raíces colgantes tan delgadas como un lápiz, y sobre el manto oscuro del agua turbia que había sido acrecentada por lluvias anteriores a nuestra llegada.
Unas tres veces, pude observar el salto llamativo del “Pez cuatro ojos” que velozmente apenas se dejaba ver y de cuyo rastro sólo se podía asegurar con los ojos la estela de agua que dejaba detrás de sí. Y llegamos entonces a la aldea (algo así como la equivalencia a un ejido, colonia o cantón de nuestro México) “Nueva Venecia”. La sonrisa curiosa que expresé al saber el nombre me hizo pensar en lo acertado del concepto.
Y de ahí, a pie señores, en busca del destino final: La aldea “El jardín”. En un trayecto en donde los mosquitos nos daban la bienvenida con su familiar piquete en brazos y piernas, tuvimos que desenvolvernos; poco a poco observábamos la semejanza de la vegetación a la del lugar del cual proveníamos, tanto en común. Y al llegar a la casa de “Don Lino”, pariente de Lima; pude entonces expresar nuevamente mi acuerdo con el nombre de una aldea, no hay mejor nombre que “El jardín” para un lugar en donde la mayor parte de muestra vital que existe es expresada por el verde de la vegetación y el colorido de las flores.
Nos atendieron de maravilla, aprendí algunos modismos como: “Traíd@” (Novi@), “Jarrilla” (Jarra), “Patoj@” (Niñ@), “Fresco” (Refresco), “Pajilla” (Popote), “Maní” (Cacahuate), posteriormente en la playa “Boquita” (Botana), “Ticket” (Boleto), “Pisto” (Dinero) entre algunas que ya no recuerdo…
Diferentes billetes y monedas de Guatemala.
Al caer la noche, dormimos; y la casona de madera me recordó las costumbres de mi niñez en la casa: Luces apagadas, tan sólo la pernocta adornada por el murmullo de grillos y el viento en los árboles; y allá a lo lejos el rugir del mar y algunos relámpagos; y las pláticas nocturnas antes de caer en el sueño.
Recordé entonces que mis padres solían también apagar todas las luces en aquella habitación de techo de lámina y acababan el día platicando en plena oscuridad cada quien en su cama, en medio de una oscuridad en donde no puedes ni ver tu mano aún así la tengas frente a tu nariz. Pude comprobar entonces que las pulseras repelentes de mosquitos que venden en las farmacias similares tienen nulo funcionamiento, o tal vez es como dijo Lima:
—“Para mí que sólo funcionan con mosquitos mexicanos, éstos de aquí ni han de conocer la marca del Dr. Simi…” ¡Vaya fiasco nos llevamos!
Al día siguiente, Don Lino nos llevó en su camioneta a conocer algunos sitios, y en el trayecto pasamos por grandes y largos sembradíos de Plátano macho (ese que se usa para freír) y también por zonas llenas de palmeras de coquitos de aceite. Cuando salimos de esa zona tan verde nos adentramos después en la zona urbana, y luego entre la arena costera; en donde pude observar un lugar denominado “Las Salinas”, donde motores extraen agua de mar y le colocan en extensas lonas para que se evapore y dejen la sal en pequeñas montañas blancas que después serán procesadas para el consumo humano.
Horas después, llegamos a la “Playa Churirín” a comer y a probar la cerveza “Gallo” y la cerveza “Ice”, la primera más amarga y espesa que la segunda, y por consiguiente más oscura. Ahí estuvimos un buen rato, hasta que nos dirigimos a un río en donde también la gente celebra la Semana Santa.
No recuerdo el nombre del río, pero estuvimos breves instantes ya que era hora de ir a dejar a la hermana de Lima a Mazatenango. Así, con la caída del sol a lo lejos, nos dirigimos hacia allá; y una vez despidiéndonos de ella y sus hijos, retornamos a la Aldea, llegamos casi a la media noche, listos para dormir y esperar el día siguiente…
Con gusto les comparto la galería: